Teresa Orozco se formó, (como tantos nombres contemporáneos) en los talleres de Manuel Gutiérrez Navas y Eduardo Peña. Madrileña de nacimiento “siente” la belleza de las tierras y sierras que rodean a la capital, con sus verdes y ocres y sus azules en la lejanía. O la viva y movediza superficie de los ríos, o los altos cielos abiertos con su agreste belleza; porque la realidad aún siendo evidente, no es una realidad real, sino algo misterioso que está en ella y que la pintora descubre con percepción subliminal: el alma del paisaje. Quede claro que el paisaje de esta pintora es cierto; pero también es cierto el hecho de que respetando al modelo, le descubre un hálito que justifica su existencia en un plano más amplio, y lo hace con una reducida gama de colores que ella enriquece con infinitos matices de color.